Muy pronto supe que mi misión consistiría en salvar a la realidad de su facticidad. La realidad tiene la consistencia de una gelatina espesa. He visto gente dispuesta a tragar-se ese postre indigesto, y me ha producido horror. Aprendí a despreciar la contingencia en las películas. El cine fue para mí la experiencia de lo absoluto, desde que acudía a él de la mano de mi madre. Yo desaparecía en la oscuridad de la sala, para aparecer como protagonista en la pantalla. Qué malestar cuando volvían a encenderse las lámparas! En la calle volvía a ser un supernumerario. Había sido despojado bruscamente de mi importancia. Ya no era necesario, sino excedente. En las películas había necesidad, existía el porvenir, los sucesos se desarrollaban con la precisión e inexorabilidad de una melodía y al final, mágicamente, milagrosamente, coincidían el beso de los protagonistas y el gran acorde del piano.
Tenía veinte años cuando conté al Castor mi descubrimiento. Mostraría a todos que la contingencia es una dimensión esencial del mundo y que la belleza es la única salvación. Mi experiencia estética infantil se convirtió en un criterio ontológico que me obligó a vivir en un mundo escindido. El cine se oponía a la calle; ser protagonista a ser supernumerario; la irrealidad de las palabras a la realidad de los otros; en una palabra, la belleza se oponía a la contingencia, la necesidad a la existencia. Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad. Es un compendio de todo lo despreciable. Es lo viscoso. Por el contrario, la obra artística es el Ser, la juventud permanente, firme, pura, idéntica, irrevocable. Es el mundo donde los círculos, los aires musicales, la expresión acerada, guardan sus líneas puras y rígidas.
Textos parafrasejats de Las palabras, Cuaderno de guerra i La náusea, de Jean Paul Sartre, recollits per José Antonio Marina a El laberinto sentimental. Ed. Anagrama. Barcelona, 1996
1 comentari :
Hermoso relato con el cine de fondo. Saludos y muy bueno el blog!
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